
Y las luces del Auditorio se apagaron. Y el maestro Sabina salió al escenario. No fue, ni con mucho, el Sabina que escuché por primera vez hace casi diez años. Pero a nadie pareció importarle eso. Tampoco nosotros somos los mismos. Mala señal si el tiempo no ha dejado cicatrices a su paso.
Con todo, el concierto fue lo que se esperaba y quizá un poco más. En parte por la compañía. En parte también porque este tipo de encuentros alimentan la convicción de que si bien el mundo ha cambiado, existe en nosotros un espíritu vital que permanece intacto. Y que en noches como ésta nos cura y nos hace sentir aliviados.
1 comentario:
envidia envidia envidia total
y además estoy tuerta
bsos de pirata
Publicar un comentario