—Mi mismo— dije para romper el hielo— ¿Está todo bien?
—Sí, Alvaro—respondió convencido—. Por mucho que nos cueste creerlo todo está bien ahora.
—Si me lo hubieran dicho hace un año, te juro que no me la creo— dijo mientras recorría con la mirada las paredes desnudas de mi nuevo hogar.
—¿Te cae?— reviró un tanto incrédulo—. A mí se me hace que tú sí lo sabías.
—No, en verdad que no— repliqué—. Aunque bueno, debo confesar que siempre tuve el presentimiento que de ésta yo no iba a salir ileso. Y ya ves, no estaba tan equivocado.
—Es que se me hace extraño que no tengas miedo— dijo.
—¿Que no tengo miedo?— repliqué— ¡Pero si estoy aterrorizado!
—Pues no se te nota.
—Es que lo disimulo muy bien.
—Entonces dime por qué lo haces— preguntó intrigado.
—Okey, te lo voy a decir— dije un tanto fastidiado por tantas interrogantes— ¿Ves esa foto de ahí?— le pregunté mientras señalaba un retrato que estaba sobre la barra de la cocina.
Mi mismo pareció comprender y dejó de hacer más preguntas, pero pasado algún tiempo volvió otra vez a la carga.
—¿Y de verdad lo vale?
—Mucho— dije sin dudarlo un segundo—. No te imaginas cuánto.
Tras este breve intercambio no había nada más que decir. Así que sin pronunciar más palabras nos pusimos de pie, apagamos las luces y salimos del edificio.