29 dic 2007

Mi encuentro conmigo

Ayer, mientras me mudaba por tercera —y espero última ocasión— en lo que va del año, tuve uno de esos raros y poco frecuentes encuentros conmigo mismo.
—Mi mismo— dije para romper el hielo— ¿Está todo bien?
—Sí, Alvaro—respondió convencido—. Por mucho que nos cueste creerlo todo está bien ahora.
Los siguientes minutos los dedicamos a desempacar mis pertenencias, buscarles acomodo en las habitaciones semivacías del departamento y arreglar el desorden acumulado durante las últimas semanas. Una vez que todo estuvo en su lugar decidimos sentarnos sobre el piso de la sala para seguir conversando.
—Si me lo hubieran dicho hace un año, te juro que no me la creo— dijo mientras recorría con la mirada las paredes desnudas de mi nuevo hogar.
—Yo creo que nadie— repuse—. Ni siquiera yo.
—¿Te cae?— reviró un tanto incrédulo—. A mí se me hace que tú sí lo sabías.
—No, en verdad que no— repliqué—. Aunque bueno, debo confesar que siempre tuve el presentimiento que de ésta yo no iba a salir ileso. Y ya ves, no estaba tan equivocado.
—Es que se me hace extraño que no tengas miedo— dijo.
—¿Que no tengo miedo?— repliqué— ¡Pero si estoy aterrorizado!
—Pues no se te nota.
—Es que lo disimulo muy bien.
—Entonces dime por qué lo haces— preguntó intrigado.
—Okey, te lo voy a decir— dije un tanto fastidiado por tantas interrogantes— ¿Ves esa foto de ahí?— le pregunté mientras señalaba un retrato que estaba sobre la barra de la cocina.
—Sí.
—Bueno, pues ésa es la razón.
Mi mismo pareció comprender y dejó de hacer más preguntas, pero pasado algún tiempo volvió otra vez a la carga.
—¿Y de verdad lo vale?
—Mucho— dije sin dudarlo un segundo—. No te imaginas cuánto.
Tras este breve intercambio no había nada más que decir. Así que sin pronunciar más palabras nos pusimos de pie, apagamos las luces y salimos del edificio.

20 dic 2007

Tolerancia a la frustración

La he ejercitado durante los últimos años de manera constante con resultados más o menos satisfactorios. Pero a veces uno se cansa, y en vez de asumir la dirección natural de las cosas, se rebela a la menor provocación frente a lo inamovible. Entonces uno despotrica, mienta madres, se tortura con aquello que pudo ser y no fue. Y aunque al final del berrinche uno termina terriblemente cansado, hay algo de paz y de alivio en ese desplante. La parte más cruda del exorcismo es la antesala de la sanación.

18 dic 2007

Post navideño

De niño, la navidad fue siempre la época de los regalos o las vacaciones, de las abundantes cenas en casa de mi abuela, de las luces multicolores adornando las calles de la ciudad. Del Santa Clós gigante que recorría los pasillos de Plaza Dorada o del que colocaban para deleite de nuestras fantasías infantiles detrás de una vitrina del Sears del centro.
Luego, cuando me dio por ir a la sierra, la navidad comenzó a tener otro significado.
No era ya la cena o los regalos lo que me movía a esperar con impaciencia el mes de diciembre. Eran los días previos, esos que nos gustaba compartir en comunidad, acompañados de personas a las que apenas conocíamos, los que paulatinamente llegaron a suplantar a la verdadera Nochebuena.
Pero con el tiempo, así como perdí el asombro de la primera infancia, extravié también esa capacidad para disfrutar de lo simple. Para ver un mensaje donde no lo hay.
La navidad ha sido desde entonces una búsqueda personal que no termina.
Las he tenido tristes, reflexivas, indiferentes, y llenas de alegría. Las he pasado trabajando o estudiando. En casa o fuera de ella. Acompañado o en soledad.
Año con año, la navidad aporta a mi vida su cuota de novedad. La de este año promete no quedarse atrás.
Si sobrevivo, les cuento.