25 ago 2006

Hasta siempre Plutón


Hoy terminan oficialmente mis vacaciones. A partir del lunes siguiente tendré que reinventar una nueva rutina para mis días. A pesar de la pasividad de la semana que termina, pienso que no he desperdiciado el tiempo. Por una semana, al menos, pude retomar la disciplina literaria, replantear mi novela y sentarme a escribir todos los días.
Es viernes por la noche y para variar no tengo nada que hacer. La redacción del periódico está casi vacía. Afuera llueve. He previsto para las próximas horas una sesión de pizza, cerveza, y para rematar, un par de capítulos de la primera temporada de Los Soprano, mi nuevo vicio.
A estas horas Myriam debe estar por llegar a Morelia. Me da las gracias por cosas sin importancia. Y yo no encuentro el modo de hacerle entender que nada de lo que hago por ella me exige ningún trabajo. Me preocupa que no lo entienda. O quizá peor, que lo entienda bastante bien y que entonces su temor y el mío estén plenamente justificados. Como sea, he decidido no pensar más en eso...
Los diarios anuncian que a partir hoy Plutón ya no será considerado más como un planeta de nuestro sistema solar. Dicen que es demasiado pequeño, que su atmósfera es demasiado inestable, que su fuerza de gravedad no le alcanza para mantener su órbita despejada de asteroides. De ahora en adelante será considerado como un enano galáctico. Traigo a colación el asunto por una sencilla razón: planeta o no, Plutón existe. Sigue siendo el mismo más allá de la categoría en la cual algún congreso de sabios lo clasifique. Aunque no se le estudie más en las escuelas, seguirá influyendo en las vidas de las personas, y los astrólogos (esos nostálgicos) lo seguirán utilizando para interpretar sus cartas astrales. Visto de este modo, nada cambia, salvo lo irrelevante. Y eso demuestra una vez más cómo las palabras suelen encasillar a las cosas. También lo hacen con las personas o con las relaciones. O como pude darme cuenta estos últimos días, con los personajes de esa novela que avanza con pasos cautelosos e inseguros en el procesador de textos de mi computadora.

21 ago 2006

Gracias Leonardo...

Este mes en Oaxaca no hubo I-Ching. Ni noches de Central. Ni gigantescas tlayudas. No hubo desvelos, ni mezcal de alacrán, ni conciertos de jazz, ni Guelaguetza. Hubo, eso sí, mucha lectura, crítica feroz pero constructiva, mucha charla sobre literatura y performance, aderezada por una improvisada lección de Tryno y Pynchón sobre la estructura de la novela. No sé si tuvo algo que ver nuestra renuencia a pisar el centro de la ciudad por temor a los maestros. O si el mail que mandó Martín desde París la semana pasada surtió el efecto esperado. El asunto es que por primera vez me sentí en un taller “riguroso”, exigente, comprometido, bla, bla, bla…. claro que toda esa seriedad se vino abajo el último día, cuando Leonardo Da Jandra tuvo a bien mostrarnos, a partir del microcosmos social que representa nuestro taller en San Agustín, por qué Oaxaca está como está. El asunto para Da Jandra es así de sencillo: si no lees y te jactas de ello, si piensas distinto a los demás, si no escribes todos los días, si te atreves a criticar el taller, entonces eres un “hijo de puta”. Y con un hijo de puta no se discute.
Aunque de inicio su actitud generó cierta molestia entre nosotros, no tardamos en concederle razón. Encerrados en un coche durante tres horas y media que duró el trayecto de regreso hasta Puebla, era inevitable que un tipo “irónico” como Pynchón, un “pendejín” como Tryno, un chava que “todo lo que toca lo convierte en literatura” como Laia, un hombre taciturno y silencioso como Tlachi y un conductor malviajadisimo por cierta llamada que no recibió durante el fin de semana, empezaran a putearse recíprocamente. El “hijo de puta” repetido hasta el cansancio, a modo de mantra, fue la única constante en nuestra conversación. Y fue, también hay que decirlo, lo más divertido del viaje.
Hoy por la mañana abro el blog de Laia y después de leer su “crónica oaxaqueña” no puedo parar de reír. A medio día me envía un mensaje por celular en donde pondera los beneficios de insultar al prójimo como forma de terapia. Pongo en práctica su consejo y después de los primeros improperios de la tarde empiezo a entender por qué Leonardo parece estar siempre tan feliz.
Justo ahora, cuando estoy por subir este post, Tryno me manda un mensaje para preguntar si sólo a él le ha hecho daño la comida en Oaxaca. Le contesto que no, que desde ayer no me siento bien. Y él responde que Laia está igual que nosotros. No nos decimos nada más, pero sé que en el fondo, disimulando con una sonrisa, los tres estamos pensando lo mismo.

14 ago 2006

Popperiana

El problema de la inducción —dice Popper— nace del hecho de que nunca podremos afirmar algo universal a partir de los datos particulares que nos ofrece la experiencia.
Traslademos esta idea a un tópico vulgar desafortunadamente común. Por muchas relaciones fracasadas que conozcas o experimentes, nunca podrás afirmar que “todas” ellas están destinadas a terminar así. Basta con que encuentres una sola que sea distinta, para estar en condiciones de afirmar lo contrario.
¿De dónde entonces esta necesidad de seguir insistiendo en una hipótesis tan pesimista? Popper sale a nuestro auxilio nuevamente: “los falsacionistas siempre prefieren las hipótesis o teorías que sean más falseables, es decir más suceptibles de ser demostradas en su falsedad, mientras no hayan sido falseadas previamente. Así el progreso en la ciencia (o en las relaciones humanas para nuestro caso) se da siempre a base de ensayo y error”. ¿Qué taaal?

10 ago 2006

Otra vez la novela

Pues bien, supongo que como todo en la vida, el acto de escribir implica la clara conciencia de que cada paso que se da, en un sentido u otro, representa un avance aunque a veces no lo parezca.
Acabo de desechar las primeras cuarenta cuartillas de mi novela. Hacerlo fue un acto más que doloroso, sobre todo porque implicó tirar a la basura no sólo el tiempo invertido, sino la confianza ganada a cuartilla a cuartilla a lo largo de estos últimos meses. No es la primera vez que pasa y sin embargo cada vez que sucede duele un poco más. Quizá porque en el fondo, la escritura sigue siendo una de esas verdades en las que uno necesita seguir creyendo pese a que todo lo demás apunte a lo contrario. No es una cuestión de necedad, sino de necesidad. Y como siempre sucede, lo necesario termina siempre por imponerse. Así que no tengo muchas opciones.
Por otro lado ayuda mucho saber que uno no está solo. Y que por aquí y por allá existe gente que sufre con los mismos descalabros y que se regocija con las mismas pequeñas victorias.
Ignoro en qué radique esta obsesión por la novela. Sólo sé que mañana, cuando me siente frente a la computadora, volveré a sentir que hago algo importante, aunque avance con temor entre las primeras palabras, aunque escriba con la clara conciencia de que todo puede volver a fallar otra vez.

2 ago 2006

La palabra del día

Desconcierto

1. m. Descomposición de las partes de un cuerpo o de una máquina.
2. m. Estado de ánimo de desorientación y perplejidad.
3. m. Desorden, desavenencia, descomposición.
4. m. Falta de modo y medida en las acciones o palabras.

¿Alguna otra pregunta?