31 jul 2007

De los encuentros fortuitos

No los esperes
Condénalos a muerte
y luego entiérralos

Cuando toquen a tu puerta
sólo verás fantasmas

17 jul 2007

Volver al hogar

Cambiar de casa es siempre cambiar de vida; modificar hábitos y de rutinas; reconstruirse de modo imperceptible pero eficaz en lo cotidiano. Habitar un nuevo espacio es una forma de poner punto final y tomar impulso para reiniciar la escritura en otro párrafo. También significa nadar contra la corriente, porque mantener una casa o un departamento a flote implica hacer innumerables cosas que te desagradan o te distraen. Pero lo interesante en este proceso es que, para bien o para mal, mudarse es un proceso del que siempre aprendes.
A lo largo de los años he cambiado de residencia muchas veces. Durante los nueve años que viví en el DF puedo recordar al menos cinco lugares diferentes, entre pensiones, departamentos, e incluso una casa. Entre los sitios especiales que recuerdo está el apartamento de Uxmal que la doctora Celeste y su esposo rentaron confiadamente a un muy sui generis grupo de economistas de la UNAM; la residencia estudiantil que me albergó durante el mes que estuve en Madrid; y desde hace poco más de un año, el departamento que comparto con mi amigo Jaime.
Pero a pesar de todo eso, cuando pienso en el hogar, la imagen que viene de inmediato a mi mente es la casa de mis padres. El lugar donde crecí y a donde regularmente vuelvo con las excusas más extrañas tan sólo para constatar, frente a lo efímero de las situaciones y las personas que me rodean, que existe un lugar al que aún pertenezco.
Recuerdo que cuando salí de la prepa mis papás me regalaron unas llaves. El hecho me pareció un tanto extraño, pues desde hacía mucho tiempo que yo tenía y usaba las mías, pero lo acepté sin preguntas. Justo ahora, más de diez años después, creo entender un poco el sentido que tuvo de ese regalo. Y puede ser una cosa tan sencilla, como saber que puedes llegar cuando quieras, a cualquier hora del día, y sentir que aunque hace mucho tiempo que ya no vives ahí, cada que abres la puerta estás entrando a tu casa.
Hoy por la mañana vine a imprimir unos documentos en la computadora de mi mamá. No estaba nadie, excepto mi hermana, que tampoco vive aquí y que suele venir de visita de vez en cuando. Ella estaba usando el internet, así que baje a la cocina, me serví un vaso de jugo y salí un rato al jardín. Estaba un poco desvelado así que después de vagar un rato me dirigí a la habitación que funciona como estudio/dormitorio/armario/ que utiliza actualmente mi hermano. Estaba agotado, así que despejé un poco la cama y me quedé dormido un rato. Fue poco tiempo el que estuve ahí, pero descansé como tenía mucho tiempo que no lo hacía. Cuando desperté, en el silencio de aquella casa vacía, me sentí reconfortado. Supe entonces que hay cosas en la vida que nunca cambian. ¿Cómo lo explico más fácil? Mi cuarto puede no seguir igual, pero aún sigue siendo mi cuarto.

5 jul 2007

Hacer el trabajo

Mientras esté aquí haré el trabajo
¿Y cuál es el trabajo?
Aliviar el dolor de vivir.
Lo demás: escenas de borrachos y de tontos.

A. Ginsberg



Lo digo en serio, escribir una tesis es un martirio. Yo ya voy por la tercera y parece que no aprendo. No es que me guste sufrir. Es sólo que siempre he pensado que padecer los procesos de la vida tiene su recompensa. Y que al final, cuando lo peor ha pasado, uno puede decir con orgullo “yo hice esto” o “yo pasé por aquello” y esbozar sin trabajo una sonrisa.
Pienso en algunas de las situaciones dolorosas a las que he tenido que sobreponerme y no me queda duda: el placer que viene después, se disfruta en proporción directa a los obstáculos que uno tuvo que superar, o a las veces en que uno estuvo a punto de asumirse como desertor y mandar todo al diablo. Por eso, quizá, he renegado siempre de las terapias y los antidepresivos. Puede que sea sólo cuestión de vanidad, pero no me gustan los paliativos.
Regresando al tema de la tesis, debo decir que a estas alturas he pasado ya por el engorroso asunto de definir el tema y estoy actualmente en el proceso de agotar la literatura existente y redactar la parte que corresponde al marco teórico. Por lo regular esta etapa suele ser la más aburrida, la menos creativa, la que implica más disciplina. Es también la que suele desanimar más al estudiante. Uno avanza pendiente arriba, con el equipaje a cuestas y no se vislumbra la cima. Y entonces llegan las malditas dudas. Y junto con ellas, el presentimiento de que cada tropiezo, cada inconveniente, cada obstáculo superado, son el cimiento fresco sobre el cual se edifica el goce futuro. Razón de más para levantarse todos los días y emprender sin demora el trabajo. Ya habrá tiempo para regocijarse después.