17 jul 2007

Volver al hogar

Cambiar de casa es siempre cambiar de vida; modificar hábitos y de rutinas; reconstruirse de modo imperceptible pero eficaz en lo cotidiano. Habitar un nuevo espacio es una forma de poner punto final y tomar impulso para reiniciar la escritura en otro párrafo. También significa nadar contra la corriente, porque mantener una casa o un departamento a flote implica hacer innumerables cosas que te desagradan o te distraen. Pero lo interesante en este proceso es que, para bien o para mal, mudarse es un proceso del que siempre aprendes.
A lo largo de los años he cambiado de residencia muchas veces. Durante los nueve años que viví en el DF puedo recordar al menos cinco lugares diferentes, entre pensiones, departamentos, e incluso una casa. Entre los sitios especiales que recuerdo está el apartamento de Uxmal que la doctora Celeste y su esposo rentaron confiadamente a un muy sui generis grupo de economistas de la UNAM; la residencia estudiantil que me albergó durante el mes que estuve en Madrid; y desde hace poco más de un año, el departamento que comparto con mi amigo Jaime.
Pero a pesar de todo eso, cuando pienso en el hogar, la imagen que viene de inmediato a mi mente es la casa de mis padres. El lugar donde crecí y a donde regularmente vuelvo con las excusas más extrañas tan sólo para constatar, frente a lo efímero de las situaciones y las personas que me rodean, que existe un lugar al que aún pertenezco.
Recuerdo que cuando salí de la prepa mis papás me regalaron unas llaves. El hecho me pareció un tanto extraño, pues desde hacía mucho tiempo que yo tenía y usaba las mías, pero lo acepté sin preguntas. Justo ahora, más de diez años después, creo entender un poco el sentido que tuvo de ese regalo. Y puede ser una cosa tan sencilla, como saber que puedes llegar cuando quieras, a cualquier hora del día, y sentir que aunque hace mucho tiempo que ya no vives ahí, cada que abres la puerta estás entrando a tu casa.
Hoy por la mañana vine a imprimir unos documentos en la computadora de mi mamá. No estaba nadie, excepto mi hermana, que tampoco vive aquí y que suele venir de visita de vez en cuando. Ella estaba usando el internet, así que baje a la cocina, me serví un vaso de jugo y salí un rato al jardín. Estaba un poco desvelado así que después de vagar un rato me dirigí a la habitación que funciona como estudio/dormitorio/armario/ que utiliza actualmente mi hermano. Estaba agotado, así que despejé un poco la cama y me quedé dormido un rato. Fue poco tiempo el que estuve ahí, pero descansé como tenía mucho tiempo que no lo hacía. Cuando desperté, en el silencio de aquella casa vacía, me sentí reconfortado. Supe entonces que hay cosas en la vida que nunca cambian. ¿Cómo lo explico más fácil? Mi cuarto puede no seguir igual, pero aún sigue siendo mi cuarto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mial, tu cuarto es tu cuarto, aunque halla sido usurpado al siguiente dia de tu partida, lo digo por mi pues cuando regrese de la luna de miel, mi hermanita ya se habia adueñado de MI Cuarto, mi tele, mi compu mi todo, con el tiempo MIS cosas fueron colocadas en una cajonera y ahi siguen en espera que algun dia las rescate, desde el punto de vista de las madres es diferente pues como dice la gorda, " tu mama no perdio un hijo, gano un closet"

El Alvaro dijo...

asi es mi flowers... no estaria mal de vez en cuando organizar una incursión al territorio paterno para recuperar lo que nos corresponde (closet incluido)