30 abr 2009

Días extraños


A una semana de la alerta nacional por el virus de la influenza porcina no me siento alarmado. No he comprado tapabocas, ni gel desinfectante. Saludo a la gente de mano y de beso, siempre que puedo. Bromeo ocasionalmente con el episodio del virus; comento con mis conocidos las noticias que saturan la televisión y la radio; elucubro y tiro abajo teorías conspiratorias con el mero afán de distraer la mente. En el fondo me pregunto si no estaré tomando el asunto muy a la ligera. Pero no puedo hacer nada contra ese estado de ánimo. Por algún motivo, me siento vacunado contra el pánico.

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Imaginen una ciudad semivacía, silenciosa, donde las pocas personas que se ven en la calle caminan rápido, como si no quisieran detenerse a saludar a nadie. Imaginen un autobús donde lo único que se escucha es un noticiero que repite obsesivamente las mismas recomendaciones sanitarias. No besos. No contacto. No saludos de mano. Imaginen a los pasajeros ajustándose el tapabocas cada cinco minutos y mirando con recelo al vecino de junto, repartiendo a diestra y siniestra codazos, intentando descifrar el estado de salud de sus acompañantes. Imaginen que todo es real, que no están imaginando nada.
Eso es México hoy: un país donde la imaginación se ha desbordado.

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Estoy de acuerdo con que la gravedad de la situación amerita un gran programa preventivo. Pero lo de la televisión mexiacana raya francamente en lo ridículo. Durante siete días no hemos hecho otra cosa que escuchar las mismas preguntas en los noticiarios: ¿Puedo comer cerdo? ¿Se puede contagiar mi mascota? ¿Debo ir a trabajar mañana?
El secretario de Salud –un personaje que hasta hace una semana era un completo desconocido– es quizá ahora uno de los rostros más populares del país. Lo mismo los doctores que desde la tribuna televisiva evangelizan a un pueblo ignorante, carente de sentido común y ávido de respuestas fáciles: Sí puede comer cerdo. No se puede contagiar su mascota. Claro que tiene que ir a trabajar mañana. Y, por cierto, no olvide lavarse las manos.
Y así, hora tras hora, días tras día. No sabemos qué ha sucedido con la escalada de violencia en los estados del norte del país, ni con la crisis económica mundial. La influenza lo acapara todo.

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Una postal describe a plenitud la sicología del mexicano.
Ayer por la noche el presidente anunció que durante cinco días se suspendería en el país toda actividad laboral, pública o privada. Pidió a la gente que durante ese periodo no saliera de sus casas. Prudencia, era lo único a lo que el mandatario apelaba. A los pocos minutos, Acapulco e Ixtapa registraban un 85 por ciento de la ocupación hotelera.

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Nos esperan cinco días de locura. Sin restaurantes y centros comerciales. Sin cines abiertos. Sin futbol. Sin posibilidad de ir a la playa o de reunirse con los amigos. Para colmo, aún no he podido contratar en casa internet o televisión por cable. En este escenario, el temor a la influenza es lo de menos. ¿Sobreviviremos a nosotros mismos? Esa, es para mí, la verdadera pregunta.

17 abr 2009

Una de políticos

Por una de esas extrañas e inexplicables casualidades, desde hace tiempo recibo en mi correo electrónico algunos mails que están destinados al presidente municipal de Oaxaca. Así me he podido enterar de la millonada que cobran las empresas que hacen encuestas a los gobiernos estatales (tengo incluso las cotizaciones); los "favorcitos" que algunos promotores culturales le piden a las autoridades y lindezas burocráticas de todo tipo. El de hoy, sin embargo, no tiene pierde. Resulta que uno de los subordinados le "sugiere" al jefe con mucha diplomacia asistir a un seminario internacional y lo hace en los siguientes términos:
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ESTIMADO PRESIDENTE:
ESTE ES UN SEMINARIO QUE VALE LA PENA ASISTIR O ENVIAR A ALGUIEN DEL EQUIPO, AUNQUE YO SE, QUE POR LA EXPERIENCIA QUE TIENE, BIEN PODRIA USTED DAR EL CURSO Y NO TOMARLO...
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¿Qué onda con nuestros políticos? ¿De verdad se tragarán completita tanta lambisconería? Viendo como los tratan no me extraña nada que después de tres años en el poder sientan de que lo saben todo.

14 abr 2009

Mi casa


Mi casa no es una casa. Es un departamento ubicado en el segundo piso de una concurrida calle del centro de la ciudad. Desde sus ventanas se pueden ver las cúpulas de las iglesias y las torres de catedral; y a veces, cuando los días son buenos, es posible admirar los volcanes en toda su magnificencia.

Justo enfrente hay un bar que se llama Garufa y que curiosamente tiene a la entrada inscrita la leyenda: Puebla-Buenos Aires-México. Por más que intento convencerme de lo contrario, no puedo dejar de pensar que estas palabras están ahí por algún motivo. Quizá para recordarme que pronto volveré a pisar tierra argentina o para susurrarme -en el lenguaje secreto de las casualidades- que el lugar en el que ahora habito estaba reservado para mí. O lo que es lo mismo: que estoy justo en el sitio en donde tengo que estar.

Por primera vez en mi vida estoy estrenando muebles propios. Y pronto tendré cortinas. Y aunque no sé cambiar una llanta, ni usar correctamente un taladro; lavo mi ropa en casa, preparo diariamente mis alimentos, limpio y arreglo el hogar cada que se requiere.

No estoy solo en este proyecto. Y eso hace la diferencia. Convierte este departamento de segundo piso, en un hogar con todas las de la ley. Ayer en la noche encendimos una vela y prendimos incienso para los buenos augurios.

Sin darme cuenta empiezo a concebir nuevos planes. Mi optimismo se declara oficalmente renovado. Todo saldrá bien.