30 sep 2005

Viejos conocidos


Reconstrurise o repensarse tienes sus ventajas. Por ejemplo, entender el dolor como el impertinente compañero de viaje que no te deja dormir, o concentrarte en el paisaje, o leer con tranquilidad el libro que has comprado en la estación del tren. Ése que cuando duerme emite sonidos arrítmicos, guturales, desacompasados. Y que en sus periodos de vigilia no para de hablar, y que sin permiso alguno se mete con tu vida y te pregunta por tal o cual cosa, y es incapaz de entender, por más evasivas que inventes, que si has decidido viajar es porque necesitas estar solo (o al menos fingir que lo estás). Entonces, a mitad de un oscuro túnel, cuando por fin te has resignado a soportar con estoicismo su presencia, el hombre se levanta de su asiento y te obliga a recorrer el cuerpo para pasar casi encima de ti, mientras musita frases incomprensibles en las que crees reconocer la promesa de un pronto regreso.
Pero el fulano no vuelve más, y aunque al principio el hecho te llena de una efímera alegría, a lo pocos minutos comienzas a preguntarte por qué se ha ido sin despedirse; y más tarde, cuando estás próximo a bajar, por una extraña razón que no alcanzas a comprender, comienzas a extrañarlo.
Con el tiempo, el tipo del tren será sólo una anécdota que contarás a los amigos o la pareja. Bromearás un par de veces con la historia y es casi seguro que después de unos meses puedas llegar a olvidarlo.
Lo que nadie te dice es que años más tarde, cuando menos lo esperes, volverás a toparte con él. Y en el trayecto de ese tren recurrente tendrás otra vez que escucharlo, sufrirlo, y hasta perdonarlo.

28 sep 2005

Gracias, pero no

A tu amistad (light y condicionada)
A tu sinceridad (hiriente e innecesaria)
A tu aprecio (selectivo y condescendiente)
A tus decisiones (inequívocas e incuestionables)
A tu verdad (única e inamovible)
A tu vida (tan, pero tan feliz)

Agradezco la generosidad de tu oferta, pero no, gracias, estoy bien así.

26 sep 2005

2666


Acabo de terminar 2666. Salgo de ella con la impresión de haber atestiguado la creación de un mundo. Qué puedo decir después de leer esta novela. Sólo que con este libro se confirma lo que en Los detectives salvajes era una simple prefiguración. Que Roberto Bolaño ocupa ya, junto con Cortázar, Rulfo, Borges, Bioy, y Vargas Llosa, un lugar privilegiado en la literatura latinoamericana. Que su obra sienta un precedente difícil de superar; que lo sitúa a la vanguardia de la narrativa mundial, y que con el tiempo, más que como novela de culto, 2666 será valorada como un clásico.
Por otro lado, en el aspecto personal, la novela me ha conmovido mucho. Uno la lee y no puede dejar de imaginar a Bolaño, con la conciencia plena de su muerte, escribiendo frente al ordenador una mastodóntica novela de 1200 páginas, armando un puzzle casi perfecto, donde geografías y personajes nos revelan su visión personal del siglo XX; encendiendo un cigarrillo más antes de emprender la que sería su última y más feroz batalla.
No hay de que lamentarse. Sus lectores no hemos quedado huérfanos con su deceso. Es cierto que no habrá una novela más de Bolaño para saciar nuestra hambre de literatura. Pero a cambio tenemos a Cesárea Tinajero, a Ulises Lima, a los real visceralistas, al poeta García Madero, a las hermanas Font, a Amalfitano y su bella hija, a Benno von Archimboldi y sus críticos (Espinoza, Pelletier, Norton y Morini) a Lalo Cura, a Barry Seaman, a Oscar Fate, a la baronesa von Zumpe, al general Entrescu, a Bubis, a Jim, a Pepe el Tira, a Josefina la Cantora, al gaucho insufrible, y por supuesto, al inolvidable alter ego de Bolaño, Arturo Belano.
Visto de este modo, la pérdida no es total. Así que no podemos estar tristes.
Reproduzco, ya para terminar, las palabras que Roberto Bolaño escribió días antes de morir sobre el borrador de 2666, su última obra maestra.
“Y esto es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano".
Adiós detective.

Del miedo

No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es el pequeño mal que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allí por donde mi miedo haya pasado ya no quedará nada, sólo estaré yo.
F.H

18 sep 2005

16/S

Ni siquiera puedo escribir
Esto, supongo, debe ser el fondo...

16 sep 2005

"Azar objetivo" en acción (Karlatone dixit)

Una de la tarde. Viernes de "puente". El destino que ya ni la burla perdona me hizo una visita. Mi celular sonó. En la pantalla parpadeaba tu nombre. Contesté. Ruidos, voces, risas, tu voz a lo lejos. Entendí que por error, habías marcado y ni siquiera te habías dado cuenta. Espere y (gran error) me dispuse a escuchar. Era curiosidad, lo reconozco, pero por encima de eso estaban las ganas de oirte, saber de ti. Me enteré de cosas que no debía enterarme, interpreté ruidos que no debí interpretar, voces que no debí conocer nunca. Cuando el crédito de tu teléfono por fin se agotó, encendí un cigarrillo y salí a la calle. Me sentí, mientras caminaba bajo el sol inclemente de media tarde, como el personaje patético de algún cuento de Bolaño.
Ahora que lo pienso quizá no fue una burla. Tal vez, como diría Karla, se trataba sólo del "azar objetivo" en acción. En fin, mejor olvidarlo todo, qué importa lo que haya sido. Hay cosas que de tan jodidas ni siquiera entristecen.

14 sep 2005

Bethza



A Bethza la conocí en Madrid. Compartíamos el mismo curso, el mismo Colegio Mayor y después de charlar un poco, pude darme cuenta que nos unían además los mismos gustos, las mismas preocupaciones, la misma forma de ver la vida. No pasó mucho tiempo antes de que se convirtiera en mi mejor amiga. Con Bethza pasé los días mas felices y tristes de mi estancia en Madrid y estoy seguro que la experiencia, sin ella, no hubiera sido la misma. Ahora, gracias a un adictivo programa de charlas en línea nos mantenemos al tanto de nuestras vidas.
Lo extraño sucedió ayer en el DF, cuando sin planearlo, sin esperarlo siquiera, me topé de frente con Bethzabé. Fue en Coyoacan, salía de un fastidioso examen para ingresar al posgrado cuando escuché que alguien gritaba mi nombre. En la calle de enfrente estaba Bethza con su amigo francés. Nos abrazamos, charlamos un poco y antes de despedirnos quedamos de vernos más tarde. Por cosas del destino, tuve que regresar ese mismo día a Puebla, así que sólo pude llamar para despedirme. De cualquier modo, verla me alegró no sólo el día, sino el fin de semana entero.
Hay algo extraño en la amistad, y eso es que justo cuando más lo necesitas, ésta, de algún modo, se hace presente. Ahora sé que lo de Bethza no fue casualidad. Necesitaba coincidir con ella en Madrid tanto como encontrarla ayer en una sucia calle del DF. Esas cosas me dan esperanza, me hacen pensar que la vida aún no pierde la capacidad de sorprenderme. No sé, quizá en unos años volvamos a encontrarnos en Australia o en Singapur. Sería chido.

7 sep 2005

Yo soy José


A mi abuelo José lo conozco a través de mi padre. A lo largo de los años hemos convivido poco, y sin embargo su existencia se encuentra íntimamente ligada a la mía. De ahí que su estado de salud me afecte profundamente. Mi abuelo decía que la sangre es así: te llama, te cuestiona, te hace sentir parte de una historia.
A pocas personas permito que me llamen José, apenas mis padres y alguien cuyo nombre no me interesa recordar esta noche. Quien me llama José conoce la historia que se esconde detrás del nombre. Sabe que ese nombre invoca una parte profunda de mi existencia. Utilizo ese nombre cuando escribo algo importante, cuando me dirijo a alguien especial, cuando deseo apelar a todo aquello que el nombre, por sí mismo, representa. Por eso son pocos los elegidos, y sospecho que con el tiempo serán cada vez menos. Hoy, por ejemplo, no tengo ya a quien dirigirme así.
Para quien nunca supo entenderme, debo decir esta noche lo siguiente: soy José antes que Alvaro, Hernández antes que Flores. Y aunque siento que soy un poco de ambos, me siento más identificado con esa parte lejana, trágica, pasional, sencilla, trabajadora, honesta, sabia y amorosa que me viene de mi padre, y del padre de mi padre y de mucho más atrás. Yo soy José, el que sueña, el que disfruta, el que vive como quiere. Soy también el que se equivoca, al que le cuesta transigir, el que desgraciadamente habla poco (o tarde) de lo que siente.
Mi padre y mis tíos viajan a estas horas para despedirse de su padre, que a los noventa años de edad, agoniza en la tierra donde nació, procreó, y vivió la mayor parte de su vida. No sé si vuelva a ver otra vez a mi abuelo, al padre de mi padre, al hombre que me heredó el nombre que con orgullo porto. Sé, sin embargo, que soy el eslabón de una historia que no termina. Y que la sabiduría acumulada desde aquel José primigenio que adoptó a mi abuelo, perdurará a través de mí y de quienes me sigan.
“Somos como el ganado”, decía mi abuelo “el linaje nos une a través de la sangre, por eso poseemos los mismos valores de quienes nos han precedido en el tiempo”.
Adiós abuelito. Te quiero mucho.