18 dic 2007

Post navideño

De niño, la navidad fue siempre la época de los regalos o las vacaciones, de las abundantes cenas en casa de mi abuela, de las luces multicolores adornando las calles de la ciudad. Del Santa Clós gigante que recorría los pasillos de Plaza Dorada o del que colocaban para deleite de nuestras fantasías infantiles detrás de una vitrina del Sears del centro.
Luego, cuando me dio por ir a la sierra, la navidad comenzó a tener otro significado.
No era ya la cena o los regalos lo que me movía a esperar con impaciencia el mes de diciembre. Eran los días previos, esos que nos gustaba compartir en comunidad, acompañados de personas a las que apenas conocíamos, los que paulatinamente llegaron a suplantar a la verdadera Nochebuena.
Pero con el tiempo, así como perdí el asombro de la primera infancia, extravié también esa capacidad para disfrutar de lo simple. Para ver un mensaje donde no lo hay.
La navidad ha sido desde entonces una búsqueda personal que no termina.
Las he tenido tristes, reflexivas, indiferentes, y llenas de alegría. Las he pasado trabajando o estudiando. En casa o fuera de ella. Acompañado o en soledad.
Año con año, la navidad aporta a mi vida su cuota de novedad. La de este año promete no quedarse atrás.
Si sobrevivo, les cuento.

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