
El primer trimestre del año se fue con más pena que gloria. La abuela murió. La beca se terminó. El proyecto editorial se estancó. El doctorado comenzó su agonía.
Y en medio de ese panorama los 34 años, como tercera llamada inminente, recordatorio del inexorable paso del tiempo, y testimonio visceral de las cosas por las que vale la pena vivir.
Cercanos y lejanos, íntimos y casuales, permantentes e intermitentes, reales o virtuales, los amigos y la familia me hicieron sentir cobijado y querido. Hubo reencuentros memorables, charlas y risas al por mayor, ensoñaciones lúcidas y -quién lo diría a estas alturas- mucho baile y celebración.
Se equivoca quien dice que hemos perdido el tiempo. Hemos ganado mucho. Y lo mejor está por venir.
1 comentario:
... y de pronto esos instantes fugaces que nos recuerdan de que set trata vivir hacen que todo valga la pena...
Saludos desde el hoyo...
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