Esperando a Camila (apuntes existenciales de un papá primerizo)
No me
resulta sencillo hablar o escribir sobre mi paternidad. A decir verdad, éstas
son las primeras líneas que me permito en los ocho meses que mi esposa (qué
raro me resulta decirle así) lleva de embarazo.
¿Qué se
puede escribir sobre el tema que no se haya escrito antes?
¿Qué más
agregar a la enciclopedia de lugares comunes que todo padre repite –como si
fuera un mantra– ante la inminente llegada de su hijo o su hija?
Empezaré por
decir que la idea de la paternidad, durante los primeros meses del embarazo, es
sólo eso: una idea. Un paquete emocional que se compra de manera espontánea,
casi sin pensar, en el tianguis ideológico que llamamos inconsciente colectivo.
Incluye una larga lista de nociones preconcebidas, pautas de conducta, agenda
de actividades y, por supuesto, un compendio con frases a la medida para cada
ocasión. Como todo lo que es social, este paquete se impone desde afuera y hay
a quienes les calza y a quienes no. Me ubico como parte de estos últimos.
Diré,
además, que estoy convencido de que la vivencia del padre es radicalmente
distinta a la de la madre. Que durante esta primera etapa los papás estamos
social y culturalmente excluidos. Que no tenemos baby shower ni días de incapacidad. Que los consejos del médico, de
las abuelas, de los libros y revistas especializadas no están dirigidos a
nosotros ni a nuestras necesidades. Y, lo que es peor, que la relación con
nuestro hijo o hija será, durante varios meses, sólo a nivel intelectual. No
importa cuánto hayamos deseado ser padres ni las expectativas que a nivel
emocional cubra nuestro nuevo estado. La naturaleza nos ha excluido de la
experiencia de amor y dolor que supone el tránsito del embarazo y el parto para
las mujeres. Y eso nos deja –al menos por este periodo– fuera de la jugada. No
sentiremos crecer ni moverse a nuestro hijo, no experimentaremos las
incomodidades, el cansancio, el dolor de sus primeros meses de vida. Se nos ha
privado del privilegio de compartir su existencia.
Y, ante tal
frustración, sólo nos queda la metáfora.
Por eso,
muchos hombres aseguramos estar embarazados, cuando en realidad somos sólo
fieles testigos del embarazo de nuestras parejas.
Toda mujer
moderna sabe que en la Apple Store existe una aplicación llamada Baby Center,
que informa a la madre puntualmente, semana tras semana, lo que debe esperar de
su cuerpo y mente durante la etapa del embarazo.
Como para
esto de ser papá no existen aplicaciones ni caminos trazados, comparto un poco de
mi experiencia personal durante estos nueve meses de espera.
Semana 1 a 12
En nuestro
caso, la noticia del embarazo no nos tomó por sorpresa. La decisión de tener un
bebé la habíamos tomado en pareja, varios meses atrás; de modo que comprar una
prueba casera fue la respuesta lógica una vez que los primeros síntomas se
hicieron presentes.
Son muchas
las cosas que se piensan durante los minutos que preceden a la respuesta de un test
de embarazo.
Por mi
cabeza desfilaban todas las veces en que la posibilidad de ser padre supuso una
sombra de duda o preocupación, y en las que, enfrentado a las mismas
circunstancias, la marca azul que confirmaba un resultado positivo se
vislumbraba como el peor escenario.
Es curioso,
pero en ese momento caí en la cuenta de que, en esta ocasión, mis anhelos se
ubicaban justo del lado contrario: quería ser papá.
Supe
entonces que, independientemente del resultado del test, la prueba de la
madurez emocional había sido, por fin, después de 37 años, totalmente superada.
No recuerdo
bien lo que siguió. Hubo abrazos y lágrimas acompañadas de un sensación
extraña, que, incluso ahora, me resulta difícil de describir. Y aunque sin duda
estaba emocionado –yo diría, más bien, conmocionado–, mis primeras reacciones
fueron eminentemente de carácter racional.
Preguntar
por un ginecólogo de confianza, concertar una cita, sacar los proyectos
pendientes, trazar una ruta crítica para los siguientes nueve meses.
Aunque nos
reservamos la noticia del embarazo durante estas primeras semanas, hubo quien
me dijo que durante esos días me veía raro, contento, feliz. Aunque, más que
felicidad, creo que la sensación que me embargaba era de plenitud: esa certeza
de estar en el lugar correcto, con la persona correcta, en el mejor momento.
Semana 12 a 24
Por lo
regular, es a partir de la semana 12 que los padres adquieren la suficiente
confianza para compartir la noticia con la familia y los amigos. A medida que
las muestras de cariño y solidaridad se multiplican, la madre, que para ese
momento ha comenzado a experimentar los primeros síntomas del embarazo, suele
convertirse en el principal objeto de atención; mientras que el padre gravita
alrededor en calidad de satélite.
Y tú ¿cómo
te sientes? te preguntará la gente al final, casi por compromiso.
Y uno
buscará inútilmente palabras que describan un estado de ánimo donde la claridad
y la confusión coexisten con la incertidumbre y la certeza, la tranquilidad y
la excitación. Frustrado ante las limitaciones del lenguaje, se dirá cualquier
cosa (si es cursi, mejor), y luego, cuando la atención del interlocutor se dirija
de nueva cuenta hacia la protagonista de la historia, uno esbozará una sonrisa
tonta, feliz.
Si existe
algún punto culminante para un padre durante el embarazo, éste, sin duda, está
marcado por la experiencia del primer ultrasonido. Es en ese momento que la
idea abstracta de la paternidad comienza a adquirir forma, dimensiones, peso.
No imagino
lo que debió ser para nuestros padres la experiencia del embarazo sin la
parafernalia médica que hoy en día te permite conocer al bebé desde las primeras
etapas de su formación. En la actualidad uno puede ver y escuchar el corazón de
su bebé; observar cómo crece y se desarrolla su organismo en el vientre de su
madre; e incluso, en las etapas finales de la gestación, es posible obtener una
fotografía en tercera dimensión de su rostro.
Exiliado de
la conexión física con su bebé, ésta será la experiencia más cercana que
experimentará el padre a lo largo del embarazo. Y a partir de ella, mes con
mes, comenzará a construirse la relación de amor con ese ser humano al que
apenas conoce.
En el
refrigerador de mi casa conservo a la vista, como un tesoro, la foto de ese
primer ultrasonido. Cada vez que la veo me devuelve a ese estado de
perplejidad, admiración y, hasta cierto punto, incredulidad, ante eso que la
gente suele nombrar como “el milagro de la vida”.
Semana 24 a 36
Hay una cosa
maravillosa que pasa en el segundo trimestre del embarazo: el sexo del bebé. Y
con el sexo, la posibilidad de ponerle un nombre y asignarle –aunque sea en
nuestra imaginación– una personalidad.
En nuestro
caso, la foto del refri se convirtió en la foto de Camila. Y su cuarto, su ropa
y sus accesorios, adquirieron tonalidades cálidas, tirándole al rosa.
Es increíble
la forma en que un nuevo ser humano se abre cancha en la vida. Camila todavía
no nacía y ya tenía propiedades: ropa, juguetes, muebles, vaya, hasta un
vehículo de ruedas. Tenía también un espacio, el mejor de la casa, el más
grande, el más silencioso y, por supuesto, el más soleado. Aunque aún
permanecía en el vientre de su madre, nos había obligado a hacer muchas cosas,
como, por ejemplo, mudarnos a un departamento más amplio, cambiar algunos
hábitos alimenticios, suspender nuestros periodos vacacionales, y ahorrar,
ahorrar mucho.
Ante la
imposibilidad de establecer una relación física directa con Camila, a mí me dio
por pensar, durante este periodo, en cómo y desde dónde quería construir mi relación
afectiva con ella; en el papel que quiero desempeñar en su vida; en las
preguntas que algún día me hará y en el tipo de respuestas que tendré que
ofrecer. Imaginé su primer día en la escuela, sus fiestas de cumpleaños, las
películas que veremos en familia, las tardes que pasaremos jugando Xbox. Vaya,
hasta planee el viaje que haremos juntos a Nueva York cuando ella cumpla 15 años.
Y en ese
proceso de especulación en estado puro, me descubrí de pronto como un tipo
enamorado de su hija. No de la idea de su hija, aclaro, sino de su hija tal y
como su personalidad se revela desde hace semanas en el vientre de su madre:
inquieta, curiosa, atenta, comunicativa y, hasta cierto punto –espero no
equivocarme–, obediente.
A veces,
cuando aproximo mi rostro a la panza de Myriam y comienzo a hablarle, Camila me
responde con un pataleo enérgico que me cimbra en lo más profundo. Y aunque sé
que es imposible que me entienda, yo murmuro despacio, casi para mis adentros: Camila.
Soy tu papá. Estaré contigo siempre.
Semana 36 a 40
Me encuentro
justo al final de la semana 36. Si el doctor no se equivoca, para cuando este
texto haya sido publicado, seré un padre con todas las de la ley.
La gente me
pregunta si estoy nervioso y yo no encuentro la manera de explicar, que más
allá de la preocupación natural que me genera el episodio del parto, me siento
tranquilo y hasta optimista.
Me
recomiendan que duerma y no tengo ganas de dormir.
Que vaya lo
más posible al cine… y bueno, sigo yendo al cine, como siempre.
En la última
década fui testigo de cómo los niños cambiaron la vida de sus padres. De cómo algunos
cancelaron carreras, dejaron trabajos o, en el peor de los casos, se vieron
obligados a tomar dobles turnos para ofrecer a sus hijos mejores oportunidades.
Vi a mis mejores amigos alejarse sin culpa del resto del grupo para consagrarse
a la tarea de edificar una familia. Los vi comprar un auto familiar, hacerse de
una hipoteca, endeudarse para salir de vacaciones. Y, aunque en ese momento me
pareció incomprensible, debo reconocer que nunca, como entonces, los vi más
felices.
Estoy a
punto de pisar ese territorio desconocido.
Lo hago sin
miedo, con ganas de que todo suceda.
Desearía
poder explicar mejor la vorágine de sentimientos y de ideas que se aglutinan en
mi cabeza. Pero no puedo, la emoción me supera.
Camila, hija
mía, no veo la hora de tenerte en mis brazos.
2 comentarios:
Jaaaa, y decías que era un cliché... Espérate, aún viene lo mejor.
Ya nunca vas a escribir?
Estoy en remodelación de mi blog... he vuelto a escribir.
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