Todos los jueves, el pasquincito en el que trabajo hace un pasquincito más jodido aún, que sale en forma de suplemento los días lunes. El encargado de dar coherencia a la retahíla de boletines, seudo reportajes y otras aberraciones del género periodístico que prefiero no mencionar, soy yo. Así que por lo regular, en noches como hoy, mientras me esfuerzo por encontrar una cabeza más o menos afable para una noticia que no es noticia, o titular una crónica que se sumerge, cual grosero y pesado armatoste, en los mares profundos del aburrimiento, me pregunto una y otra vez: ¿cómo diablos puede alguien hacer dinero con algo así? ¿existirá de verdad un segmento de lectores interesado en leer el pasquín de un pasquín? Y más extraño aún ¿qué carajos hago yo trabajando en un sitio como éste? Claro que después me vienen a la mente los recibos del banco, la renta del departamento y un montón de necesidades que para bien o para mal, subsano con el mini-salario que percibo ejerciendo el subvalorado y humilde oficio de editor. Entonces dejo de hacerme preguntas y cual reo en vísperas de la evasión, me concentro en repasar, detalle a detalle, los pormenores de mi huida.
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