22 oct 2008

Divagaciones para una ciudad en ruinas

Es curiosa la forma en que se construyen las geografías personales. La forma en que uno se apropia de un lugar y lo vuelve territorio recurrente de la memoria, de los afectos, de las ideas. Es curiosa porque para fijar las coordenadas de ese espacio apropiado se requiere tener cierta perspectiva. Salir de la zona de confort, ubicarse en un punto lejano y contrastar. Hacer de lo absoluto conocido un relativo imaginado. Hace falta, pues, hacer las maletas. Tomar un avión. Cruzar una frontera. Balbucear palabras en un idioma que se desconoce. Perderse en las calles de una ciudad. Sentirse ajeno, extraño y hasta indeseable.
He pasado por todo eso antes. Pero por alguna extraña razón, ha sido hasta ahora, que habito una ciudad cuyo origen e idiosincracia pareciera no distar mucho de la mía, que me reconozco venturosamente atado a ese pedazo de tierra que es Puebla.
Hace varias semanas me hicieron la propuesta de retomar mi trabajo como columnista para una revista. ¿Por qué no escribes desde Buenos Aires pensando en Puebla? Lo pensé y me negué. Luego lo volví a pensar.
Hablar o escribir sobre Puebla desde esta región del mundo no es tarea fácil. Buenos Aires es una ciudad demasiado centrada en sí misma. Una ciudad que te recuerda a cada paso que estás aquí. Que no importa de dónde vengas es éste, y no otro, el centro del mundo. Cómo entender si no, la magnitud de la oferta cultural para una ciudad que apenas rebasa los dos millones y medio de habitantes. O el peso que tiene la industria turística en la capital de este país, donde elementos tan cotidianos como el tango, el cafecito porteño, el clásico Boca-River o el asado, se venden al exterior como productos o servicios que más allá de generar una derrama económica importante, contribuyen a afianzar la identidad de sus habitantes.
No se requiere vivir mucho tiempo en esta ciudad para entender que el ego de los argentinos está justificado con creces. Basta con asomarse a la excentricidad de una avenida como la Nueve de Julio o de una calle como Corrientes; o mirar con ojo crítico la proliferación de actores, escritores o grupos de rock que a contrapelo de los apologistas del mundo globalizado, apuestan por lo local y se la “bancan” solo con el mercado argentino, el mismo que recibirá próximamente a Madonna en el estadio de River, y que obligó a Luis Miguel a abrir una cuarta fecha en el estadio de Vélez Sarsfield.
Buenos Aires, con todos los defectos que pueda tener, se apunta en la lista de ciudades cosmopolitas, pero con identidad propia, en donde pareciera que hay lugar para todos.
En este punto, la comparación es inevitable.
Y es que Puebla, como ciudad, tiene todos los elementos -al menos en potencia- para colocarse en ese prestigioso rankig.
Últimamente, ha tomado fuerza cierto discurso que reniega de lo local. Como si pensar hacia adentro fuera pensar menos y pensar además mal. Buenos Aires es un ejemplo de lo contrario. De cómo imponer lo local al mundo. De cómo presentarse ante los demás con la ropa de siempre y parecer, sin embargo, elegante. De cómo hacer del ego y la autoestima una virtud. De cómo convertir a la aldea en un lugar donde quepamos todos.

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