23 jun 2009

La mañana boca arriba

Tras el cierre de un apartado más de mi tesis y en vísperas del examen de candidatura, decido tomarme el día. Las primeras horas de la mañana las dedico a la lectura de Hasta que te encuentre, el último libro de John Irving. Encuentro, como en todas las novelas de Irving, un patrón que se repite: un protagonista que vemos crecer y desarrollarse desde la más tierna infancia hasta la madurez; la paternidad o su ausencia como hilo conductor de la trama; la sexualidad como catalizador y como karma de los personajes; las alusiones al mundo editorial, a la vida escolar, al deporte, a la fama. Sorprende ver a un escritor repetirse tanto sin aburrir.
En el capítulo de hoy Jack Burns se entera de la muerte de Emma, su amiga y protectora (escritora exitosa en lo público e inciadora sexual de Jack en lo privado). Tras varios días de una inexplicable insensibilidad emocional (durante los cuales ha tenido tiempo de liarse con la madre de Emma, que es a la vez, amante de su propia madre) Jack rompe en llanto a mitad del servicio religioso, en la capilla de la escuela donde Emma y él han estudiado juntos.
Siento que la novela está por llegar a su punto de "no retorno", en donde dada la rapidez con que se precipitan los acontecimientos, el lector ya no la puede soltar; así que decido dejar pendiente la resolución de este penoso capítulo en la vida de Jack Burns para un momento más oportuno.
Me levanto, enciendo la computadora y termino en menos de media hora el apartado de mi tesis que corresponde al análisis del capital cultural en las estrategias de reproducción de los grupos domésticos periurbanos. Mi escritorio es un caos. Sé que debo arreglarlo. Pero hoy no, me digo aliviado.
Después de la ducha, caigo en la cuenta de que son apenas las 11:00 de la mañana y tengo todo el día libre. Tomo mi computadora, la meto en la mochila y me dirigo al sitio donde he pasado casi todas las mañanas del último mes. En el café Zaranda ya saben lo que quiero: un expreso doble cortado, para empezar.
Hasta el café ha llegado el último número de Gatopardo, con un excelente reportaje sobre el escándalo de los Legionarios de Cristo y una entrevista con Guillermo Arriaga que no tiene pierde. Al poco tiempo llegan Laura y Siboney. Platicamos sobre nuestros respectivos fines de semana y acordamos ponerle un dead line a los proyectos editoriales pendientes.
En internet encuentro una liga a una serie de artículos que narran el extraño caso de una isla mexicana que de un día para otro desapareció de los mapas. Isla Bermeja, supuesto límite territorial mexicano cuya presencia justificaría la apropiación de uno de los yacimientos más grandes de petróleo, no aparece. Y aunque existen más de cien referencias cartográficas -algunas desde mediados del siglo XVI- nadie ha podido encontrarla. Las hipótesis sobre el insólito evento son de lo más variadas: hay quienes aseguran que Estados Unidos la destruyó con un arma secreta (y sumamente sigilosa, debo suponer), otros sostienen que la isla sigue en su lugar, y que en virtud de un acuerdo político secreto se niega su existencia. Hay un senador de la República muerto en extrañas circunstancias. Archivos secretos quemados. En fin, teoría del complot al estilo mexicano, en su vertiente más fina y depurada.
A pocas líneas de concluir este post descubro que pasan ya de las 4:30 de la tarde, que Myriam llegará pronto a casa, y que no hay nada para comer. La mañana se fue y la tarde está por entrar a su etapa madura. Y aunque pareciera que no he hecho nada importante, siento que el tiempo no ha transcurrido en vano. No tengo, como en otras ocasiones, esa sensación culposa, capaz de arruinar cualquier indicio de victoria -por pírrica que ésta sea- sobre la rutina nuestra de cada día. Con la energía renovada clausuro oficialmente esta jornada y me dispongo -ahora sí- a descansar como Dios manda.
Por cierto, mañana viene el Salmón a Puebla. Tengo ya mi playera del concierto pasado y el boleto de primera fila en la mano.

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