20 may 2010

Botella al mar


Tras cuatro años de trabajo arduo y constante, y miles de horas-hombre invertidas frente a la pantalla de una computadora, pude poner punto final a mi tesis doctoral.
Con la emoción reciente, carezco aún de la distancia necesaria para evaluar de manera objetiva el documento. Estoy consciente, sin embargo, de que sus aportaciones -más teóricas que pragmáticas- son apenas un grano de arena más perdido en el vasto desierto del corpus científico. Tristemente, no cambiaré vidas con ese trabajo. No generaré rompimientos paradigmáticos. Y no modificaré el destino -cualquiera que éste sea- de las localidades donde realicé mi investigación. Las 345 páginas de las que consta mi tesis, servirán apenas como escudo protector para desviar los dardos que amenazan con caer sobre mí el día del examen de grado.
La paradoja no deja tener ciertos tintes de ironía. Y es que si bien el mundo de la ciencia ha ganado poco con mi trabajo. Mi mundo -el mío, el interior- se ha vuelto inmensamente rico a partir de los aprendizajes acumulados.
Por eso que no dudo al asegurar que el día de hoy, no sólo conozco más, sino que conozco mejor. Y que gracias al trabajo previo, a veces marginal, a veces insignificante, de mis pares; soy dueño de nuevas herramientas para interpretar el mundo, pero sobre todo, para interpretarme a mí y a los que me rodean.
Sea, pues, esta tesis, una botella que se lanza al mar con la esperanza de que algún día pueda alimentar la fe de otros náufragos, cautivos a la deriva de este insondable y apasionante mar al que llamamos ciencia (para colmo) social.

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