22 feb 2011

Meditaciones del náufrago


Días de sosiego, a veces apacibles, otras tantas aciagos.
Después de un año de trabajo intenso, he decidido dejar de alimentar el horno que empuja la pesada máquina de la vida.
Sin combustible los proyectos se apagan.
Las ocupaciones cotidianas se retiran, dejando tras de sí, los restos del naufragio. Un escritorio desordenado, una caja de papeles revueltos, una computadora con archivos incompletos, ideas bosquejadas con entusiasmo que nunca verán la luz.
Atrapado en una isla desierta, en pleno centro de la ciudad, enciendo una hoguera. Quemo en ellas las ideas del pasado, las expectativas sobre el futuro, y las duras tareas del presente. Me abandono sin temor a las inclemencias del tiempo, a la sabiduría de la naturaleza que no opone resistencia a los cambios, que se adapta a ellos siempre que puede, y cuando no, simplemente muere.
Cuesta trabajo entenderse así.
Un hombre a merced de los elementos.
Y sin embargo, resulta a veces tan necesario abandonarse a esta efímera paz, a esta irritante zozobra.

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