17 abr 2012

Al final de este viaje en la vida




Alguna vez fui joven y escuché hasta el cansancio las canciones de Silvio.
Fue una época extraña, incómoda, intensa. 
Desde la tranquilidad de la mesa en que ahora escribo, me gusta rememorar esos días. Los reconstruyo, inevitablemente, con un halo de romanticismo que oculta la naturaleza voraz de ese tiempo salvaje. Y es que si lo pienso bien, nunca fui tan desgraciado, ni tan feliz como en aquellos años.
Recuerdo que en nuestro modesto departamento de estudiantes de provincia, teníamos un poster del Ché y una foto del "Sup" Marcos (me sonrojo al pensar que de haber tenido dinero, me hubiera comprado también una playera).
Como todo buen universitario, desperdicié mis tardes leyendo a Marx sin entender a Marx, comenté con apasionamiento desmedido el último filme de Kieslowsky y devoré capítulos de Rayuela al por mayor. También, sucumbí al encanto de Cortázar y busqué con desesperación a la Maga (por supuesto, sin encontrarla).
Por las noches me gustaba encerrarme en mi cuarto, recostarme en el colchón extendido sobre el piso y encender un cigarro. Luego le daba "play" a la grabadora. 
Entonces sucedía...
La discografía de Silvio es tan amplia y sus letras están revestida de tanta poesía, que uno puede recurrir a ella prácticamente como si fuera el I-Ching: siempre habrá una respuesta, un mensaje oculto, una razón para sentirse aliviado. Añádase a esto la dosis de idealismo que nos imprimían en las aulas universitarias; el ambiente de incertidumbre política y económica que se cernía sobre el país y el deplorable estado emocional en que me había dejado mi primera gran ruptura amorosa. 
La música de Silvio era la medicina que noche tras noche, me permitía salir indemne de ese peligroso caldo de cultivo. Gracias a ella, pude darle sentido a las pequeñas grandes batallas que tuve que librar en aquellos años gloriosos y terribles.
A veces, instalado en la comodidad desde la que hoy escribo, me da por extrañar esos días. 
Quisiera recuperar un poco de la ingenuidad, de la confusión, del asombro frente a lo incierto, lo no escrito, lo que está todavía por suceder. Pero es imposible.
Con todo, me gusta pensar que hubo en tiempo en que la vida -me refiero a la mía, por supuesto- era todavía prehistoria. 
Entonces, me da por escuchar a Silvio otra vez.

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