29 mar 2008

¿Dónde quedó Macondo?


I
Colombia no es México, pero se le parece. Los embotellamientos en Bogotá me traen a la memoria las horas perdidas en el Viaducto, Insurgentes o en el periférico chilango. Me pasa lo mismo con la zona nice de la ciudad, y con los edificios que circundan las avenidas principales. Uno podría pensar que esta ciudad latinoamericana reproduce en miniatura las zonas más representativas del DF. Pero algo no cuadra. Tras una semana en Colombia me siento atrapado en una película Súper 8.
Eso debe ser: Colombia es como México, pero en los años ochenta.

II
He pasado toda la mañana en la zona de La Candelaria buscando un Starbucks inexistente. Por la tarde un colega me aclara que el café en Colombia es como el petróleo en México y me recomienda visitar alguna sucursal del Juan Valdez Café, la versión starbuckiana del café colombiano. Su sugerencia resulta ser la ruina de mis finanzas personales. Diariamente me tomó unas tres o cuatro tazas del mejor y más caro café de esta región de América.

III
En esta América Latina que recién empiezo a conocer somos más parecidos de lo que creemos. Los colombianos son "bacanos" y los mexicanos "chidos". Ellos tienen su M-19 y nosotros a nuestros zapatistas, ellos a su Álvaro Uribe y nosotros a nuestro Felipe Calderón. A pesar de todo, existen diferencias que no deben desdeñarse. Norma, una antropóloga con quien voy a comer a un restaurante vegetariano, me pone al tanto del clima de violencia que domina este país. Las historias que me cuenta parecen salidas de un cuento de terror. Corrijo: no parecen, en realidad salen de ahí. Y no se trata de ningún cuento.
Salgo de la comida con un hueco en el estómago.

IV
El lunes pasado, en la plaza Bolívar un hombre nos abordó para contarnos la historia de la toma del Palacio de Justicia y cómo guerrilleros y ciudadanos fueron masacrados por el ejército. A media semana regreso solo a la plaza para intentar reconstruir el relato. A pocos metros de ahí transita una cuadrilla de soldados armados. Camino varias calles hasta el Ministerio del Interior donde un grupo de trabajadores limpia con evidente desgana una pared manchada de pintura. He visto esta escena varias veces en la semana. A diferencia de nuestro país, el graffiti en Colombia es siempre es subversivo.

V
Ayer en casa de Gustavo me topé con un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina. Sé que en algún lugar de mi biblioteca también debo poseer uno. Eduardo Galeano es otra cosa que nos une a los latinoamericanos. Su visión trágica de la historia forma parte medular de nuestra educación sentimental.

VI
Desde la sala de espera del aeropuerto en donde concibo este post, me prometo a mí mismo regresar a Bogotá algún día. Tras varios minutos de retraso nos avisan por un altavoz que la aerolínea ha sobrevendido los boletos para México. Apenados por el error, piden que algún pasajero renuncie a su asiento a cambio de tentadoras prebendas. Es raro, pero pese a lo generoso del ofrecimiento ni siquiera contemplo la idea. Colombia es un país fascinante pero yo ya extraño mi hogar.

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