12 ene 2009

Primer post del 2009


Sucedió hace más de tres años. Era verano, y por uno de esos vuelcos inexplicables que da la vida yo me encontraba en Niza. Ese mismo día, por la tarde, debía abordar el tren que me llevaría Barcelona para la cubrir la etapa final de unas vacaciones que se habían prolongado demasiado. Llevaba más de dos meses de cargar la mochila en la espalda, durmiendo en hostales o en trenes, y pensé que un día en la playa al estilo Wild On podría revitalizar mi espíritu.
Por la mañana, mientras dejaba encargadas las maletas en la consigna de la estación, escuché que alguien gritaba mi nombre. Juan Pablo y Georgina, los amigos con los que había convivido gran parte de mi estancia en Madrid así como un breve, pero intenso periodo en París, venían llegando a la ciudad. No me sorprendió tanto la casualidad del encuentro, como las razones que los habían llevado hasta ese destino mediterráneo. ¿Quién puede negarse a los encantos de la Costa Azul en las semanas más calurosas del año? me dijeron. Y entendí de golpe que cuando viajas toda eventualidad se convierte en una feliz coincidencia.
Con la toalla colgada en el hombro nos dirigimos al mar. Las horas en la playa fueron pocas pero suficientes para infundir nuevos ánimos. Nos tomamos fotos. Nadamos y comimos entre decenas de turistas con la piel enrojecida por tanto sol. Al atardecer, cuando me despedí por tercera ocasión de mis amigos, supe que en lo sucesivo no habría más sorpresas en el camino. El inminente regreso a nuestros países cancelaba la posibilidad de volver a encontrarnos. Cuando dijimos adiós sentí, por primera vez desde que había salido de México, que mi travesía había terminado.
Pasaron varios meses antes de que las vivencias de aquel verano pudieran asimilarse por completo: los intentos frustrados previos a mi partida, la mañana que toqué fondo a la sombra de un viejo árbol en el parque de la Moncloa, las pesadillas que me agobiaban durante los trayectos nocturnos en tren, la obsesión por huir lo más lejos posible de todo y de todos. Y luego, poco a poco, emergiendo luminosos de las profundidades de un mar abisal: el encuentro con mi hermano en una ciudad de reyes olvidados, las veladas apacibles en el sillón azul de una residencia universitaria, la noche en que una película extranjera me hizo reir hasta orinarme, la soledad asumida no como losa, sino como agradable y necesaria compañera de viaje. Aún ahora, cuando la distancia que media entre el hombre que partió desecho a otro continente y el que escribe con nostalgia estas líneas es abrumadora, me resulta imposible discernir cuánto de mí se gestó en ese agobiante e inovidable verano.
Por eso no hablaré en este momento de Argentina. De todo lo que Argentina me ha dejado sembrado. Diré, sólo por cumplir el ritual del primer post del año, que viví en Buenos Aires los meses más desconcertante e intensos de mi vida. Que aprendí a viajar ligero, pero acompañado. Que el ejercicio de soltar las amarras me sigue costando trabajo. Que extraño por las mañanas mi café con tres medias lunas. Que ayer soñé que caminaba una calle y era Corrientes esquina Callao.

2 comentarios:

Laura Alvarez dijo...

Espero que hayas estado viendo la peli en el baño!

José Jaime Valencia dijo...

Jajaja! ...Sabes? No creo en las casualidades; me resistí durante mucho tiempo, pero ahora creo firmemente en una especie de mezcla entre causalidad, destino y libertad de decidir (la forma, no el suceso)... Y estoy seguro que todo en esta vida sucede por una razón, y por lo general la razón no es solo buena, sino lo mejor que nos podría pasar.

Lo bueno de tu regreso es que por fin podremos darnos tiempo para platicar y beber a gusto! ...y ojalá hayan cartas y puros cuando suceda.