25 ene 2007

Medicina contra la curiosidad

Frente a las cosas que no es necesario saber, uno debería guardar siempre cautela. El problema es que a nadie le gusta pensar en las consecuencias. Y un día cualquiera, en un arrebato de osadía, cuando parece que nada podría estar mejor, uno se afana en indagar más de la cuenta, como si la recopilación de fragmentos dispersos bastara para reproducir (o por lo menos imaginar) el sentido real de la pieza completa. Está de sobra decir que la adquisición del nuevo conocimiento no suele ser un proceso grato. Con cada verdad revelada los huecos se hacen más grandes. Y por lo regular, uno termina terriblemente confundido y desorientado, sin saber cómo diablos suplir el espacio que tiempo atrás—cuando se era ignorante y feliz— ocupaba la duda a sus anchas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quien fuera tú